Formateo

Ayer alguien me intentó borrar del mapa. Debe ser algo parecido a cuando haces un shift+suprimir; el archivo se borra del disco duro sin pasar por la papelera de reciclaje y desaparece para siempre. Sin opción a una segunda vida, a un planeta mejor. Así somos la gente del siglo XXI todo lo queremos informatizar. Lo que ocurre es que las personas somos una maraña de momentos y no de ceros y unos. Por eso es más difícil borrarnos del mapa.

Aquella persona debió de sentirse como el detective Ray Velcoro en el último capítulo de True Detective II. El bueno de Ray lo tiene todo para no mirar atrás: un salvoconducto a Sudamérica, una chica mala que promete serle fiel, una bolsa de deporte llena de fajos y una vida que se jodió. En resumen: ha comprado una vida mejor. Sabe que es el momento ¿Lo tomas o lo dejas Mr. Velcoro? Aquí no hay tique de cambio; ya lo había tomado sin darse cuenta cuenta tiempo atrás. Todo fue tan rápido que no había pensado en dejar su último adiós. Finalmente nuestro detective decidió ir a ver lo que más le iba a importar dejar atrás para con clásico saludo militar decirle a su hijo todo lo que no le iba a poder explicar con palabras. Y así lo borró.

Los naipes se tambalean porque el gran cañón se ve mejor desde el maps que asomandose a su abismo. Ray muere por no saber aprovechar su oportunidad. Muere por fuera, por dentro ya lo estaba. Incapaz de reconocer que le era imposible borrar esos momentos por más que solo fueran personas. Ni si quiera con la destrucción de neuronas en masa por medio del alcohol, los polvos blancos, los polvos con curvas o el trabajo. Solo en esos segundos finales de lucidez condensada que regala la muerte fue consciente de que se puede borrar a una persona, a dos y a tres pero no a los momentos que dejaron en ti. Su castillo de naipes ahora era arena. Ahora polvo en el viento. Ya nada.