Chico, otro querer es posible

Estoy sentado en una terminal de aeropuerto, frente a un ventanal que filtra la luz del mediodía.  Desde mi sitio veo partir los aviones que despegan de la terminal antes que el mío. Como un bucle periódico. Es el momento de marchar, de dejar atrás un estilo de vida para cambiarlo por otro (¿Ligeramente?) diferente. Una mezcla de melancolía, ilusión, incertidumbre y ganas me invade. Continúo mirando a los aviones, desde aquí su despegue se antoja suave y liviano, de dibujos animados. Se me vienen a la cabeza esos versos de Calamaro en Los Aviones:

“porque quiero dormir
y soñar con ella
mientras por afuera

pasan los aviones
no quiero que se termine
no quiero que me abandones”

No me importaría instalar una cama, vaciar el aeropuerto y quedarme allí a vivir con ella. Como en la portada del New Yorker. Pero con aviones.

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Veo diferentes tipos de personas transitar con prisa a mí alrededor: ejecutivos trajeados, familias con niños, jóvenes aterrizados de destinos cálidos sur europeos. Camino por la terminal en busca de un kiosco.  Observo sorprendido un número considerable de parejas de ancianos jubilados en los que antes no había fijado mi atención. Como si de una metáfora se tratase, mi cabeza relaciona la obsolescencia programada de nuestros dispositivos móviles con la obsolescencia en las relaciones de pareja. Entonces, percibo a esa pareja de ancianos de mirada gastada y cálida como activistas. No de un activismo político; sino de un activismo del amor. Me pregunto: ¿Cuánto se debe tener que amar a otra persona para querer seguir viajando con ella ya de viejos? Me entristece pensar que cada año que pasa mi lista de amigos con los que viajar va menguando; no quiero pensar lo difícil que me puede resultar entonces encontrar a esa persona.

Estoy en un seminario, en una diapositiva aparece un dato que impacta a la mayoría de la audiencia: el conocimiento humano existente se duplica a un ritmo de dos años (y en decremento). Pienso para mí: es como si el ser capaces de generar conocimiento (y de aprender) más y más rápido implicara necesariamente un aumento en nuestra capacidad de amar más y más y de hacerlo más y más rápido. Como me dijo un amigo “desconfía de quien siempre tenga prisa” (¿Todo el mundo?). Cada vez más matrimonios se rompen. No se puede asegurar que este dato demuestre que cada vez hay más gente soltera (¿Sola?) ya que algunas parejas simplemente deciden convivir sin pasar por el aro del matrimonio. Sin embargo yo no puedo evitar empatizar con el bando solitario; egoísta como un mercenario, un contra espía o Rick en Casablanca, que no guarda lealtad a nada salvo a sí mismo, e igualmente, sobrepasado cuando se ve capturado (por ella); indefenso, dubitativo y huidizo cuando las cicatrices que creía cerradas vuelven a supurar.

Dijo Beigbeder “vivir sin amar es como una imitación de la vida”. Está claro por nuestra condición humana que necesitamos amar. Esto nunca cambiará. Amar, sí pero ¿De qué manera? Esto es lo que está cambiando y sólo el bando de los románticos se mantiene en la resistencia al cambio. Encerrados en las historias de amor de las novelas negras y de cine clásico (¿Quién no querría vivir en ellas?). Y a veces uno es traicionero; y otras a uno le traicionan; porque hay varias formas de querer y ninguna más sincera y dolorosa que amar a quien a no te ama.

Pero sí,
un atardecer las gardenias de mi amor
se mueren es porque
han adivinado que tu amor
me ha traicionado porque existe otro querer

Publicado por

Johnny De Ruse

Iba para torero, cobarde y artista y me quedé en un rincón neutral.

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